El reloj digital de la mesita de noche marcaba las 3:41, lo miró y se sintió angustiado, otra vez había vuelto a despertarse de madrugada, hacía demasiado tiempo que descansaba mal y aquello le tenía seriamente preocupado.
Se levantó medio dormido y, a oscuras, se dirigió hacia la cocina para beber un trago de agua, tenía una terrible sensación de sequedad en la boca. Al abrir la nevera, la luz que salía de ella le deslumbró, giró la cabeza y entonces advirtió a su lado la figura de un anciano que le estaba mirando fijamente. Asustado, trastabilló y retrocedió unos pasos, la puerta de la nevera se cerró; con el corazón desbocado buscó las luces de la cocina y las encendió: allí no había nadie.
Una vez calmado, bebió un poco de agua y decidió prepararse un tazón de leche caliente, mientras se lo tomaba reflexionó sobre la mala pasada que le había jugado su imaginación, sin duda a causa de la falta de descanso. Al terminar salió de la cocina y justo en ese momento escuchó un fuerte ruido que provenía del comedor, el miedo le paralizó durante unos segundos, después, muy nervioso, abrió la luz de la estancia y entró: allí tampoco había nadie.
Atemorizado, regresó a la habitación abriendo todas la luces que encontraba en su camino, cuando llegó a ella contempló algo que le dejó helado: se vio a si mismo, envejecido, durmiendo plácidamente en su propio lecho.
En ese mismo instante despertó, notó que se encontraba en la cama y respiró aliviado, no había sido más que un sueño, luego, miró el reloj y el pánico se apodero de él: marcaba las 3:41.