El abuelo, como de costumbre, se hallaba en el porche de la casa meciéndose plácidamente en su añejo balancín. A lo largo de la mañana había ido observando como el cielo se encapotaba. Ahora tenía la mirada puesta en la carretera, abstraído en el ir y venir de los vehículos que circulaban a gran velocidad.
-Once y un minuto -dijo el abuelo de repente.
-No abuelo, falta poco pero aún no son las once. -respondió su nieta desde el umbral de la puerta, sin levantar la vista del móvil.
-Agua.
-¿Quieres agua abuelo?
-Humo.
La nieta, sorprendida por sus palabras, entró en casa y fue en busca de su madre, a quien encontró en la cocina.
-Mamá ¿El abuelo ha tomado hoy las pastillas? Está ausente y dice cosas extrañas.
-Las ha tomado pero ya sabes que, aún así, de vez en cuando suelta algo fuera de lugar.
La nieta llenó un vaso con agua y salió al porche.
-Aquí está el agua abuelo.
El abuelo hizo caso omiso y permaneció impasible con los ojos fijos en la carretera.
-¿Abuelo?
Entonces se oyó un gran estruendo, dos coches habían chocado de frente y uno de ellos se estaba incendiando. En ese momento, empezó a caer una tímida llovizna y una oscura humareda envolvió la carretera.
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