Cris llevó sus ojos hacia la ventana de su despacho, admirando la panorámica que ofrecían las lejanas montañas en aquella tarde de primavera. Al cabo de unos segundos, contempló el errático y cautivador baile que, tras el cristal, realizaban dos mariposas. Con una tierna sonrisa en los labios, tomó el móvil , se levantó de la silla y abrió la ventana de par en par. En ese preciso instante sonó el timbre de su casa. Apresuradamente, abandonó el despacho convencido que se trataba del paquete que estaba aguardando.
Al abrir la puerta, se encontró a su hermana mayor. La alegría en el rostro de Cris se desvaneció, apareciendo en su lugar una mueca de decepción.
—¡Joder! Menuda cara se te ha puesto al verme. Ni que fuera tu ex.
—Perdona, es que creía que era algo que estaba esperando... ¿Qué te trae por aquí?
—Pues verás, me voy de fin de semana y no puedo llevarme al perro y me preguntaba si...
—¿Y cómo sabes que yo no me voy a alguna parte? —interrumpió Cris.
—Pues porque tú nunca vas a ningún lado. ¿Me harás este favor?
—Está bien, lo haré —contestó con resignación.
—Gracias hermanito. Aquí están las llaves —dijo tendiéndole el manojo—. Te lo recompensaré.
—Ya...
Justo después de que su hermana se marchara, a Cris le pareció ver a las dos mismas mariposas de la ventana, ahora revoloteando frente a él. Sacó el móvil de su bolsillo y dio unos pasos hacia ellas intentando hacerles un vídeo. De repente, una corriente de aire hizo que la puerta de su casa se cerrara de golpe, se dio la vuelta y, automáticamente, palpó sus bolsillos confirmando lo que ya sabía: las únicas llaves que tenía eran las de casa de su hermana, las de la suya, se las había dejado encima de la mesa del despacho.
—¡Mierda! —exclamó con rabia empujando en vano la puerta.
Cabreado consigo mismo, cogió su Smartphone y buscó el número de un cerrajero de emergencia. En el momento en que colgaba la llamada, vio de nuevo a las dos mariposas. De pronto, observó a un adolescente y a un niño pequeño que, montados en un patinete eléctrico, subían por la acera a gran velocidad. Iba a llamarles la atención cuando la rueda delantera del patinete se clavó en una hendidura del suelo. El adolescente aterrizó de bruces en la acera a pocos metros de él, mientras que el niño fue a parar a la calzada. Sin pensarlo dos veces, Cris se lanzó hacia el pequeño.
El dolor que sentía era de una intensidad increíble, aún así, sus ojos no paraban de escrutar entre la gente que se había agolpado a su alrededor. Una señora de mediana edad se le acercó y, arrodillándose junto a él, le dijo con voz suave:
—La ambulancia está de camino, aguante.
Cuando estaba a punto de decir algo, pudo ver al niño haciéndose un hueco entre dos personas. Respiró aliviado. Había conseguido salvarle. A poca distancia escuchó la voz de un hombre que se lamentaba amargamente:
—No pude frenar… Dios mío... no pude frenar el autobús a tiempo.
Cris intentó moverse y sintió una desgarradora oleada de dolor.
—Quédese quieto, la ayuda no tardará —señaló la mujer que continuaba a su lado.
De nuevo dirigió su mirada hacia el pequeño, quien seguía observándole completamente absorto. Una vez más, las dos mariposas aparecieron y empezaron a danzar vivamente alrededor del niño. Los ojos de Cris se llenaron de lágrimas mientras sus labios esbozaban una leve sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario