El valor y el sentido que les concedemos a las palabras en nuestras conversaciones interiores, sumados a la intensidad y frecuencia otorgadas en los procesos de pensamiento, no sólo representan un modo de manifestación expresiva personal, sino que construyen en nosotros una estructura lingüística que se va arraigando de forma íntima y que nos acaba afectando indefectiblemente, reforzando o debilitando ideas, opiniones y convicciones, e influyendo directamente en nuestras elecciones y conductas cotidianas.
Dentro del planteamiento de la Programación Neuro-Lingüística sobre la creación de un lenguaje interno capaz de generar variaciones en los patrones mentales establecidos, a fin de causar posteriores modificaciones a nivel actitudinal, existe un factor fundamental más allá del tipo de técnica aplicada, y ese factor no es otro que el de la propia estructura y organización del lenguaje utilizado.
En el establecimiento de estrategias es clave forjar una estructura argumentativa hermética basada en la racionalidad, la coherencia y una depurada definición de conceptos, para que los razonamientos mentales se conviertan en una fortificación inexpugnable frente a ideas y pensamientos contrarios a la consecución de los logros programados, en este sentido, cabe diseñar un argumentario alternativo de bloqueo hacia aquellas hipótesis que pudieran ser causa del derrumbe de nuestros propósitos de modificación.
En síntesis, es esencial para la programación neuro-lingüística un ajustado tratamiento de las palabras utilizadas, tanto en fondo como en forma, ya que los significados y sus estructuras de argumentación deben estar destinadas a conseguir la mínima vulnerabilidad y la máxima solidez, fundamentando una eficaz arquitectura verbal interna.
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