En épocas lejanas y tiempos cercanos, alguien insinuó que el nido del cuco estaba bien vigilado y que el mayor de los hermanos debía ser el encargado de controlar el valor del hogar, el honor del timbre y la cara de la moneda.
Alguien alertó que el mundo seguía por caminos de perdición que llevarían a un destino sin retorno. Alguien expresó que el sitio de los estados no consistía en el acecho a los extraños, ni su mensaje el miedo, ni el pánico un instrumento. Alguien advirtió que los días de vino, rosas y cerdos y diamantes podían terminar en estallido y que aquel coloso acabaría ardiendo en titánicas llamaradas.
Alguien observó como algunos daban el golpe volviendo a su bella vida, sin tener que rendir cuentas ante un jurado de hombres buenos, capaces de dictar una sentencia sin retorno y mostrando en su condena las señales del pasado como enseñanzas de futuro.
Alguien miró con esperanza a esos pequeños cucos que dormían plácidamente, quienes, desde sus sueños, lanzaban silenciosos gritos, intentando iluminar el abismo de los otros.
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