Resulta natural que cualquier información recibida provoque cierta repercusión en nuestra opinión y que nuestro pensamiento genere algún tipo de respuesta en un sentido u otro, del mismo modo cuando dicha información nos afecta emocionalmente, llega a causar diversos grados de alteraciones en el estado de ánimo.
En el proceso de este tipo de afectación emocional la información es captada por el entendimiento y es identificada por un sentimiento, estableciéndose una manifestación de ‘sentir’ en la persona que implica una asimilación interior de la experiencia contenida en esa información.
Enlazado a esta realidad, sobreviene el concepto de empatía, la cual nos conduce a un estado de compresión afectiva que nos une al sentimiento del individuo o individuos con los que se interactúa, conformando un estado emocional receptivo desde el que es posible interiorizar la experiencia, creando un profunda identificación con la circunstancia personal.
Es preciso reseñar la existencia de un grado de empatía connatural al ser humano que suscita en todo el mundo una conexión emocional básica y que puede conllevar ciertos tipos de contagio afectivo y conductual, una empatía que en ocasiones es utilizada como instrumento de convicción, como por ejemplo en el caso de los medios de comunicación y la publicidad con sus fórmulas destinadas a influenciar sobre opiniones y actitudes.
El individuo con una elevada cualidad empática es capaz de establecer fácilmente una íntima conexión con las experiencias de su interlocutor al conseguir sentirse identificado con sus sensaciones y sentimientos, por esa razón la empatía puede convertirse en herramienta de utilidad práctica, ya que la asociación emocional que se alcanza sobre la experiencia personal en cuestión, otorga un valor añadido de conocimiento para referir válidas respuestas al disponer de la privilegiada fuente de información que constituye una profunda comprensión interior.
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