viernes, 2 de mayo de 2025

Sombras



Hugo se miró al espejo de cuerpo entero que había en la puerta del armario. La imagen que le devolvió era borrosa pero podía verse a él mismo como si fuera una película: estaba saliendo sonriente por la puerta de la discoteca y le acompañaba una chica rubia. Dio un paso hacia el espejo y la imagen cambió, ahora ambos se encontraban en el asiento trasero de su coche mirándose fijamente. De repente, el reflejo se ensombreció y contempló atónito como sus manos se lanzaban hacia ella y empezaban a estrangularla, cuando los verdes ojos de la chica perdieron todo brillo de vida, la imagen saltó de nuevo y se vio arrastrando al cuerpo inerte fuera del vehículo.

—¡Hijo! ¡Despierta! —exclamó su madre moviéndole el brazo.

—¡¿Qué?! —manifestó Hugo entre confuso y alterado.

—Estabas teniendo una pesadilla —apuntó su madre en voz baja.

—Sí... una pesadilla —comentó haciéndose consciente de que se hallaba tumbado en el sofá del salón.

—Eso te pasa por mirar esas dichosas series de zombis… y por beber demasiado. Venga, espabila y avisa a tu hermana de que en menos de media hora comemos.

Hugo se levantó con gran lentitud a causa de la fuerte resaca que padecía y se dirigió a la habitación de Paula aún pensando en la pesadilla. Por absurdo que resultara, aquel sueño le había dejado intranquilo. El alcohol le nublaba la memoria de buena parte de la noche, pero se acordaba perfectamente de que en la discoteca había ligado con una chica rubia. Lo siguiente que recordaba era despertar en el coche y llegar a casa alrededor de las cinco de la mañana.

Frente a la puerta de su hermana, llamó por tres veces con los nudillos y dijo:

—Paula, media hora y comemos.

Siguió por el pasillo, entró en su habitación y se tumbó en la cama boca arriba.

«Ha sido solo una pesadilla» pensó, mientras escudriñaba su mente en busca de algún recuerdo de después de haber abandonado la discoteca.

De pronto, se alzó de golpe de la cama, tomó las llaves del coche y salió a la calle. A unos veinte metros se hallaba aparcado su automóvil. Accionó el mando a distancia para abrir la puerta y examinó la parte delantera. Nada sospechoso. Acto seguido, pasó a la parte de atrás. Cuando estaba apunto de cerrar la puerta, sus ojos detectaron algo a los pies del asiento. Se agachó y lo recogió, comprobando que se trataba de un pequeño pendiente de plata con forma de triángulo. Al levantar la cabeza vio varios pelos largos sobre el asiento. Tomó uno de ellos y los sacó del coche para observarlo a la luz del día. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al constatar que el cabello era rubio.

—Vamos, no seas imbécil —se dijo a si mismo intentando reprimir en vano los pensamientos que acudían a su mente.

La angustiosa inquietud que sentía hizo que se dirigiera al maletero. Durante unos segundos se quedó frente a él, mirándolo con el corazón en un puño, finalmente lo abrió. Vacío. En el maletero no estaba el cadáver que su turbulenta mente imaginaba.

Hugo respiró aliviado. Cerró el portón trasero y, aún turbado, regresó a casa. Al entrar en el comedor vio a su padre poniendo la mesa.

—Mira que cara llevas. La fiesta de ayer no te sentó nada bien ¿Eh? —comentó en tono sarcástico.

—No, no mucho—respondió lacónicamente.

—Pues venga, haz algo útil y ve a despertar a Paula de una vez, que en un rato comemos.

—Ya he ido.

—Pues no se ha enterado… otra que tal. Tu madre a ti te ha oído llegar, pero a tu hermana no… la hora que sería.

Hugo fue de nuevo a la habitación de su hermana. En esta ocasión dio varios fuertes golpes a la puerta al tiempo que la llamaba a gritos:

—¡Paula! ¡Venga levanta! ¡Vamos a comer!

Cuando calló no fue capaz de escuchar nada en el interior de la habitación.

—¡Venga! ¡Despierta y mueve el culo! —insistió.

Hugo aproximó su oreja a la puerta pero no oyó absolutamente nada.

—¡Voy a entrar! —exclamó abriendo la puerta.

La habitación estaba vacía y la cama hecha. Ni rastro de su hermana. Con los nervios a flor de piel, fue a la cocina, allí estaban su padre y su madre.

—Paula no está —declaró con voz queda.

—¿Cómo que no está? —preguntó su madre alarmada.

—No está en la habitación. La cama está hecha. Como si no hubiera vuelto.

—¿Pero no fuisteis a la misma discoteca? —intervino su padre.

—Sí, pero ella le pidió el coche a mamá y se fue con sus amigos.

—Voy a llamarla. Id a la calle a ver si está el coche aparcado —les indicó su madre al tiempo que cogía el móvil.

Justo cuando Hugo y su padre estaban a punto de salir por la puerta de casa, la madre les llamó de un grito:

—Venid. Acaba de contestar. Está bien.

Ambos regresaron a la cocina. La madre hablaba con su hija intentando contener las lágrimas.

—No sabes lo que nos hemos asustado… podrías haber… ya… bueno, no tardes —tras colgar el teléfono miró a Hugo y declaró airada —dice que viene para acá y que ya te avisó de que se quedaba en casa de Javier y que vendría a la hora de comer.

—Lo siento. No... no lo recordaba —respondió compungido.

—Ya te vale —apuntó su padre ostensiblemente molesto—. Madura un poco, hijo, madura un poco.

Veinte minutos más tarde, su hermana llegó a casa. Hugo tuvo que aguantar un nuevo sermón de sus padres y Paula intentó disculpar a su hermano:

—La verdad es que él ayer no iba muy fino —comentó con una media sonrisa—. Debería haber pensado en que podía no acordarse de lo que le dije. Tenía que haberos mandado un mensaje o llamar esta mañana.

—Está bien —señaló la madre—. Dejémoslo. Lo importante es que al final no ha pasado nada.

—Espero que sirva de lección —señaló el padre mirando de reojo a su hijo.

Tras la comida, Paula se marchó a su cuarto y Hugo se quedó a limpiar la mesa, después, fue a la habitación de su hermana.

—¿Qué quieres hermanito?

—¿Hermanito? Te recuerdo que somos mellizos y yo salí el primero.

—La edad no es solo una cuestión física —contestó con una sonrisa burlona.

—Bueno… yo venía a preguntarte si ayer me viste en la discoteca con una chica rubia.

—Sí, te vi con ella.

—He hallado esto en mi coche —Hugo metió la mano en el bolsillo sacando el pendiente de plata—. ¿Podías preguntar a tus amigas si alguien la conoce? Es que no recuerdo el nombre ni tampoco tengo su número.

Helena le cogió el pendiente, se apartó la melena y, poniéndoselo en el lóbulo izquierdo, declaró—: Gracias por encontrarlo... y ya puedes olvidarte de esa chica. No era para ti.

—¿Cómo dices? —manifestó perplejo.

—Era una maldita zorra, pero tú no te preocupes, ya me he encargado de que no te moleste más.



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