—Lo siento, pero sabes que tenía que hacerlo —musitó el hombre con un rictus de dolor en la cara.
—Ya, y tenía que acabar así… no puedo entender como no te ha ayudado —respondió con amargura.
—Magda… no te pongas así, sabes que él no podía hacer nada.
—Y menos mal que cuando te sacamos de allí tuvimos la suerte de encontrar a un doctor dispuesto a atenderte.
—No fue suerte. Fue la providencia.
—Pues ahora piensa bien qué futuro quieres para nosotros, o mejor dicho, piensa si quieres seguir con vida —comentó la mujer con pesadumbre.
—Debo hacer lo que...
—No le debes nada a nadie —le interrumpió ella—. Como tú mismo has dicho, has hecho lo que tenías que hacer. Les has liberado. Ahora deja que las cosas sigan su curso.
—Entonces tú crees que ya he cumplido mi misión.
—Más allá de cualquier límite, amor. Ahora piensa en esto: has sido dado por muerto e incluso tienes una sepultura… vamos, se te ha concedido una segunda oportunidad, aprovéchala, vive.
El hombre la miró meditabundo con sus profundos ojos oscuros y guardó silencio. La mujer retomó la palabra:
—Te dejo para que descanses, más tarde volveré con algo de comer.
En cuanto la mujer abandonó la estancia, el hombre intentó incorporarse en su lecho provocándose una fuerte punzada de dolor en el costado, finalmente, desistió y volvió a tumbarse boca arriba. No podía recordar cómo le habían salvado, solo era consciente de haber despertado el día anterior. Sin embargo, se acordaba perfectamente lo ocurrido cuatro días atrás. En cuanto cerraba los ojos acudían a su mente los insultos, las vejaciones y cada uno de los momentos de intenso dolor a los que había sido sometido.
«Ella tiene razón» pensó «He sido crucificado y aún sigo aquí. Dios ha querido que viva»
No hay comentarios:
Publicar un comentario