domingo, 25 de mayo de 2025

Pensamientos XXII

-Los ruidos de la razón enmudecen la inteligencia.

-Por claro que el destino se manifieste, insondable permanece.

-Mientras los ojos escrutan el presente, el alma susurra al horizonte.

-El mar ahoga la tristeza anclada por el mal.

-Sin senda por la que llegar al final, el final será el camino.

-El espíritu se sabe uno y parte a la vez.

-El universo busca equilibrios, la mente sus límites.

-Sabio es el sentimiento que comprende su razón.

-Es el foco y no el destino quien dirige al sinsentido

-Las sombras del mundo alumbran la imaginación 

-Cuando el alma se quiebra el espíritu se revela. 


viernes, 9 de mayo de 2025

Señales



Después de la visita de su hermana mayor y su agotador hijo pequeño, quien no paró de jugar y corretear por toda la casa ni un segundo, Sandra se había propuesto escribir un nuevo relato. Tras casi veinte minutos frente al monitor borrando todo lo que iba tecleando, el editor de texto permanecía con la página en blanco. 

Se encontraba pensativa mirando fijamente la pantalla, cuando vio como el pequeño y titubeante cursor avanzó por si solo tres espacios y se detuvo. Atónita, se incorporó en su silla sin apartar los ojos del cursor. No se movió más. Sandra supuso que la barra espaciadora se habría quedado medio enganchada. Dio varios toques a la barra y regresó al inicio del documento, luego, se concentró en hallar la frase con la que dar pie a su relato. 

De pronto, el cursor avanzó nuevamente tres posiciones, aunque en esta ocasión lo hizo con un segundo de diferencia entre espacio y espacio. Sandra esbozó una sonrisa y tecleó:

«Estate quieto ya»

Como si se tratara de una respuesta, el cursor volvió a moverse tres espacios de forma consecutiva y sin pausa alguna. Sandra borró lo escrito y aguardó con los ojos clavados en la pantalla. Instantes después, el cursor repitió una secuencia de tres espacios por tres veces, de la misma forma en que lo había hecho con anterioridad.

 —¡¿Pero qué coño...?! —murmuró.

Una idea cruzó por su mente, tomó el ratón y minimizó el editor. Abrió el programa de protección antivirus e inició un escaneo de seguridad de su equipo, mientras buscaba por internet alguna información sobre virus que pudieran provocar efectos parecidos en un ordenador.

Tras media hora larga de consultas, no sacó nada en claro. La cuestión podía ir desde un fallo del propio programa a que alguien se hubiera apoderado del control de la computadora y estuviera jugando con ella. Agobiada, se levantó de la silla y salió del despacho, fue a la cocina y se preparó un café.

Estaba dando el último sorbo a la taza, cuando se le ocurrió algo. Cogió su móvil y le mandó un WhatsApp a uno de sus mejores amigos quien, a parte de ser un entendido en ordenadores, era todo un friki de los fenómenos extraños. Aquello le iba a encantar. 

Tras mandar el mensaje regresó al despacho. Acababa de sentarse frente a la pantalla cuando su teléfono emitió el sonido de notificación. Su amigo había respondido. Sandra abrió el WhatsApp y lo leyó de inmediato:

 «La hostia! Es raro de cojones. Puede que sea un mal funcionamiento o un hackeo pero también cabe la posibilidad que alguien o algo se esté comunicando para pedirte ayuda. Esa secuencia de espacios es código morse de manual. Es un S.O.S.»

Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Sandra, pensando que la línea que separaba la genialidad de la locura era muy fina y que su amigo se había encargado de borrarla hacía ya tiempo. De todos modos, le contestó agradeciéndole la explicación y diciéndole que le informaría si pasaba algo más.

Acto seguido, devolvió sus ojos a la pantalla del ordenador en la que aparecía la ventana del buscador de internet. Escribió en él «S.O.S. Morse» y comprobó que las letras del acrónimo de socorro se correspondían con una serie de tres puntos, tres rayas y tres puntos y que también podían realizarse con una serie de pulsaciones o ráfagas. Meditabunda, regresó a la pantalla de inicio del buscador. De repente, en el recuadro de texto, el cursor repitió la secuencia. 

Ahora estaba convencida de que alguien se había metido en su ordenador. Inquieta, tomó el móvil y llamó por teléfono a su amigo para contarle lo ocurrido.

—Mi opción es mejor que la tuya —expuso su amigo tras escucharla.

—¿Y eso por qué? —preguntó con extrañeza.

—Pues porque si es un hacker jugando contigo es mucho más jodido. Mejor que sea alguien pidiendo ayuda, aunque sea un fantasma digital.

—Muy gracioso... ¿Y qué puedo hacer?

—Comprobar si tienes un intruso en el sistema.

—¿Y cómo lo hago?

—Lo primero es averiguar si alguien está conectado a tu red o a tu ordenador. Luego te paso unos enlaces en los que se explica como hacerlo. Si no encuentras nada, entonces queda la explicación alternativa. 

—Miedo me das… ¿Y qué explicación es esa?

—Pues que podría ser una llamada de socorro de alguien cercano a ti que se estuviera manifestando a través del ordenador, o de un espíritu que habitara en tu piso o en el edificio. 

—De momento miraré lo del intruso y luego ya iremos viendo.

—Bueno, sea lo que sea, mantenme informado —apuntó su amigo.

—No lo dudes.

Tras despedirse, Sandra abandonó el despacho, fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua. Antes de que hubiera terminado de beber, recibió en el móvil el mensaje de su amigo con los enlaces. Sandra se disponía a darle las gracias cuando observó estupefacta como el cursor de la ventana de texto realizaba otra vez la misma secuencia.

—Mierda —murmuró para sí.

Mientras empezaba a escribir un nuevo WhatsApp a su amigo, Sandra se dio la vuelta para abandonar la cocina, en ese preciso instante, su pie derecho pisó un pequeño objeto que hizo que resbalara y cayera de espaldas.

El impacto contra el suelo la dejó inconsciente. Al cabo de un par de segundos, una pequeña mancha de sangre comenzó a aparecer tímidamente junto a la cabeza. A escasos centímetros de su mano se hallaba el teléfono móvil, de pronto, a través de él se escuchó la lejana voz de su amigo:

—Sabes que no me gustan las llamadas por WhatsApp...  ¿Sandra?... ¿Sandra?


viernes, 2 de mayo de 2025

Sombras



Hugo se miró al espejo de cuerpo entero que había en la puerta del armario. La imagen que le devolvió era borrosa pero podía verse a él mismo como si fuera una película: estaba saliendo sonriente por la puerta de la discoteca y le acompañaba una chica rubia. Dio un paso hacia el espejo y la imagen cambió, ahora ambos se encontraban en el asiento trasero de su coche mirándose fijamente. De repente, el reflejo se ensombreció y contempló atónito como sus manos se lanzaban hacia ella y empezaban a estrangularla, cuando los verdes ojos de la chica perdieron todo brillo de vida, la imagen saltó de nuevo y se vio arrastrando al cuerpo inerte fuera del vehículo.

—¡Hijo! ¡Despierta! —exclamó su madre moviéndole el brazo.

—¡¿Qué?! —manifestó Hugo entre confuso y alterado.

—Estabas teniendo una pesadilla —apuntó su madre en voz baja.

—Sí... una pesadilla —comentó haciéndose consciente de que se hallaba tumbado en el sofá del salón.

—Eso te pasa por mirar esas dichosas series de zombis… y por beber demasiado. Venga, espabila y avisa a tu hermana de que en menos de media hora comemos.

Hugo se levantó con gran lentitud a causa de la fuerte resaca que padecía y se dirigió a la habitación de Paula aún pensando en la pesadilla. Por absurdo que resultara, aquel sueño le había dejado intranquilo. El alcohol le nublaba la memoria de buena parte de la noche, pero se acordaba perfectamente de que en la discoteca había ligado con una chica rubia. Lo siguiente que recordaba era despertar en el coche y llegar a casa alrededor de las cinco de la mañana.

Frente a la puerta de su hermana, llamó por tres veces con los nudillos y dijo:

—Paula, media hora y comemos.

Siguió por el pasillo, entró en su habitación y se tumbó en la cama boca arriba.

«Ha sido solo una pesadilla» pensó, mientras escudriñaba su mente en busca de algún recuerdo de después de haber abandonado la discoteca.

De pronto, se alzó de golpe de la cama, tomó las llaves del coche y salió a la calle. A unos veinte metros se hallaba aparcado su automóvil. Accionó el mando a distancia para abrir la puerta y examinó la parte delantera. Nada sospechoso. Acto seguido, pasó a la parte de atrás. Cuando estaba apunto de cerrar la puerta, sus ojos detectaron algo a los pies del asiento. Se agachó y lo recogió, comprobando que se trataba de un pequeño pendiente de plata con forma de triángulo. Al levantar la cabeza vio varios pelos largos sobre el asiento. Tomó uno de ellos y los sacó del coche para observarlo a la luz del día. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al constatar que el cabello era rubio.

—Vamos, no seas imbécil —se dijo a si mismo intentando reprimir en vano los pensamientos que acudían a su mente.

La angustiosa inquietud que sentía hizo que se dirigiera al maletero. Durante unos segundos se quedó frente a él, mirándolo con el corazón en un puño, finalmente lo abrió. Vacío. En el maletero no estaba el cadáver que su turbulenta mente imaginaba.

Hugo respiró aliviado. Cerró el portón trasero y, aún turbado, regresó a casa. Al entrar en el comedor vio a su padre poniendo la mesa.

—Mira que cara llevas. La fiesta de ayer no te sentó nada bien ¿Eh? —comentó en tono sarcástico.

—No, no mucho—respondió lacónicamente.

—Pues venga, haz algo útil y ve a despertar a Paula de una vez, que en un rato comemos.

—Ya he ido.

—Pues no se ha enterado… otra que tal. Tu madre a ti te ha oído llegar, pero a tu hermana no… la hora que sería.

Hugo fue de nuevo a la habitación de su hermana. En esta ocasión dio varios fuertes golpes a la puerta al tiempo que la llamaba a gritos:

—¡Paula! ¡Venga levanta! ¡Vamos a comer!

Cuando calló no fue capaz de escuchar nada en el interior de la habitación.

—¡Venga! ¡Despierta y mueve el culo! —insistió.

Hugo aproximó su oreja a la puerta pero no oyó absolutamente nada.

—¡Voy a entrar! —exclamó abriendo la puerta.

La habitación estaba vacía y la cama hecha. Ni rastro de su hermana. Con los nervios a flor de piel, fue a la cocina, allí estaban su padre y su madre.

—Paula no está —declaró con voz queda.

—¿Cómo que no está? —preguntó su madre alarmada.

—No está en la habitación. La cama está hecha. Como si no hubiera vuelto.

—¿Pero no fuisteis a la misma discoteca? —intervino su padre.

—Sí, pero ella le pidió el coche a mamá y se fue con sus amigos.

—Voy a llamarla. Id a la calle a ver si está el coche aparcado —les indicó su madre al tiempo que cogía el móvil.

Justo cuando Hugo y su padre estaban a punto de salir por la puerta de casa, la madre les llamó de un grito:

—Venid. Acaba de contestar. Está bien.

Ambos regresaron a la cocina. La madre hablaba con su hija intentando contener las lágrimas.

—No sabes lo que nos hemos asustado… podrías haber… ya… bueno, no tardes —tras colgar el teléfono miró a Hugo y declaró airada —dice que viene para acá y que ya te avisó de que se quedaba en casa de Javier y que vendría a la hora de comer.

—Lo siento. No... no lo recordaba —respondió compungido.

—Ya te vale —apuntó su padre ostensiblemente molesto—. Madura un poco, hijo, madura un poco.

Veinte minutos más tarde, su hermana llegó a casa. Hugo tuvo que aguantar un nuevo sermón de sus padres y Paula intentó disculpar a su hermano:

—La verdad es que él ayer no iba muy fino —comentó con una media sonrisa—. Debería haber pensado en que podía no acordarse de lo que le dije. Tenía que haberos mandado un mensaje o llamar esta mañana.

—Está bien —señaló la madre—. Dejémoslo. Lo importante es que al final no ha pasado nada.

—Espero que sirva de lección —señaló el padre mirando de reojo a su hijo.

Tras la comida, Paula se marchó a su cuarto y Hugo se quedó a limpiar la mesa, después, fue a la habitación de su hermana.

—¿Qué quieres hermanito?

—¿Hermanito? Te recuerdo que somos mellizos y yo salí el primero.

—La edad no es solo una cuestión física —contestó con una sonrisa burlona.

—Bueno… yo venía a preguntarte si ayer me viste en la discoteca con una chica rubia.

—Sí, te vi con ella.

—He hallado esto en mi coche —Hugo metió la mano en el bolsillo sacando el pendiente de plata—. ¿Podías preguntar a tus amigas si alguien la conoce? Es que no recuerdo el nombre ni tampoco tengo su número.

Helena le cogió el pendiente, se apartó la melena y, poniéndoselo en el lóbulo izquierdo, declaró—: Gracias por encontrarlo... y ya puedes olvidarte de esa chica. No era para ti.

—¿Cómo dices? —manifestó perplejo.

—Era una maldita zorra, pero tú no te preocupes, ya me he encargado de que no te moleste más.



El efecto mariposa

Cris llevó sus ojos hacia la ventana de su despacho, admirando la panorámica que ofrecían las lejanas montañas en aquella tarde de primavera...