Alex se levantó por la mañana, fue al baño y se miró el torso en
el espejo. Aquella maldita mancha rojiza seguía creciendo y ya
ocupaba una parte del tórax.
Hacía una semana que le había aparecido un molesto sarpullido a la
altura del esternón. Viendo que jornada a jornada se le iba
extendiendo y aumentaban los picores, al tercer día decidió ir al médico de
cabecera. El médico le indicó que probablemente era una alergia, le
recetó un antihistamínico y le dijo que volviera al cabo de una
semana.
Cuatro días después, ya no sentía tantas molestias, pero la mancha
no había parado de crecer y su color rojizo era cada vez más
oscuro.
Alex llamó a su mujer:
—Ruth, ven un momento.
Su mujer se acercó al baño y él le mostró la mancha.
—Esto no funciona. Creo que debería ir a urgencias —apuntó con
preocupación.
—Sí. Será lo mejor.
Cuando por fin le atendieron en el hospital, le hicieron pasar a un
box acompañado por su mujer. En cuestión de minutos fue examinado por una doctora, quien
pidió unos análisis de sangre. Tras algo más de una hora, la
doctora regresó.
—¿Saben ya lo que es? —preguntó Alex con inquietud.
—Sí, pero habrá que hacer otra prueba para confirmar el diagnóstico.
—¿Es grave? —preguntó la esposa.
—En absoluto. Es una reacción cutánea que acabará remitiendo.
Ahora nos llevaremos a su marido para hacer esa última prueba y, si no hay novedad, le daremos el alta. Puede usted ir a la
sala de espera.
Ruth sonrió ampliamente, le dio un beso a su marido y salió de la
pequeña habitación. En cuanto ella se hubo marchado, la doctora
aguardó unos segundos, miró a Alex con gesto grave y apuntó:
—No vamos a hacerle ninguna otra prueba… he de hablar con usted
de una cosa.
—¿Me estoy muriendo? —preguntó asustado.
—No —respondió tajante la doctora—. Le puedo asegurar que no
le pasa nada. Al contrario, Los análisis han salido perfectos.
—¿Entonces? ¿Qué demonios es esta mancha?
—La verdad es que no lo sabemos. Solo sabemos que ha sido inocuo
para los afectados en todos los casos.
—¿Ha habido más casos como el mío?
—Veintisiete en los últimos diez días. Solo en este hospital.
—Madre mía... bueno, al menos no hace nada… ¿Pero qué pasa con
la mancha? No me diga que va a seguir creciendo sin parar.
—No. Cuando la mancha ha ocupado el tórax por completo deja de
expandirse y empieza desaparecer. En todos los afectados ha
evolucionado igual
—Menos mal. Entonces ya puedo irme.
—Espere, aún no he terminado —declaró la doctora con aire
serio—. Como le he dicho antes, el
resto de casos han repetido la misma pauta y... —hizo una breve pausa y continuó—: en todos y cada uno
de ellos, la pareja del afectado ha acabado falleciendo cuando la
mancha ha llegado a su punto álgido.
Alex la miró estupefacto durante un instante y manifestó:
—No me lo creo… no... no puede ser.
La doctora tiró del cuello del jersey que llevaba bajo la bata
blanca, mostrándole una mancha parecida a la suya, luego, con los ojos llorosos y
voz queda, declaró:
—Se lo puedo asegurar.